30 de julio de 2013

HISTORIA BARADERO 3° PARTE

Historia de Baradero

Bajo esta impronta fueron engendradas las Reducciones. Como se dijo más arriba, no fueron encomiendas reales, sino oficiales que la Corona ENCOMENDABAN al cuidado y adoctrinamiento de los nativos. Ese resguardo imperaba en el espíritu del Monarca, que tergiversó el conquistador y que Hernandarias encauzó con diligencia y pastoral devoción, legado espiritual venido desde las primeras jornadas en que las naos españolas comenzaron a surcar los mares en busca de aventuras. Una cláusula del testamento de Isabel La Católica, es el sendero luminoso y directriz sobre el particular. Ella es senda de amor y paternalismo hacia los hijos de la tierra americana:
Cuando nos fueron concedidos, dice, por la Santa Sede Apostólica las islas y tierra firme del mar océano, nuestra principal intención fue de procurar inducir y traer los pueblos de ella y los convertir a nuestra Santa Fe Católica , y enviar prelados y religiosos, clérigos y otras personas doctas y temerosas de Dios, para instruir los vecinos y moradores de ellas, y los doctrinar y enseñar buenas costumbres. Suplico al Rey mi Señor muy afectuosamente y encargo y mando a la princesa mi hija, que así lo hagan y cumplan, y que este sea su principal fin, y en ello pongan mucha diligencia, y no consientan, ni del lugar a que los indios vecinos y moradores de las dichas islas y tierra firme, ganados y por ganar, reciban agravio alguno en su persona y bienes: mas manden que sean bien y justamente tratados, y si algún agravio han recibido lo remedien, y provean de manera que no se exceda cosa alguna lo que por las letras apostólicas de la dicha concesión nos es inyungido y mandado.
Por paradigma y derrotero de aquella ilustre dama, el perfil de Hernandarias se inclinó a trasuntarla, aunque ingénita se halla en su alma esa gracia, valiéndole ello que el Rey de España lo galardonara como “Protector de los naturales de Indias”, designación que el Rey extiende en el Prado, por real cédula del 5 de marzo de 1612, informándole en los siguientes términos:
Diego Marín Negrón, mi gobernador y capitán general que al presente es de las provincias del Río de la Plata, me avisó en carta del treinta de junio del año pasado de seiscientos y diez, que viendo la necesidad que había de un protector general que ampare los indios naturales de esas provincias, hizo elección de vuestra persona para ello, y he holgado de que la hayas aceptado y así os agradezco y encargo continuéis el hacer este oficio con el celo y cuidado que de vos fío y lo habéis hecho en las demás cosas que han estado a vuestro cargo favoreciendo y amparando los indios y mirando por su bien y conservación para que no se vean vejados ni molestado…
La justicia del cielo lo dictaba su persona en las gradas de este universo. “Hernandarias persiguió a los encomenderos y procuró por todos los medios colocar al indio en un nivel no solo igual sino superior al de los españoles conquistadores”. Enarbolaba su emblema, su pendón, su gloria terrena. El entrañaba ese afecto que albergaba en su corazón hacia los indefensos indígenas; en lidia de frases y en hechos consumados arrebató a los aventureros europeos de las vejaciones que trataban en sus personas, “haciendo que se les guardase inalterable su derecho”. Y se alió con el Monarca en esta cruzada de redención y civilidad. Tuvo el espaldarazo de la Corona y la fe de su Majestad cesárea. Las palabras se hallaban involucradas de humanidad, de amor hacia los fieles.
Felipe III coadyuvábale y le incitaba a su obra excelsa:
Y cerca de esto ha parecido advertidos y ordenaros que cuando hubiera fuerza bastantes, para conquistar los dichos indios, no se ha de hacer sino con la sola doctrina y predicación del Evangelio.
Lo mandado por su Majestad representó para Hernandarias un vector en el camino de sus propósitos, signo de báculo de perfección y sobrada sabiduría. Así cristalizó su empeño. De esta guisa, reduciendo a los bárbaros con las armas de la piedad, de la caridad, con la predicación de la palabra sagrada, con la experiencia ya centrada en su vida, la que todos los hombres son iguales aunque desiguales sean su condición. Su labor se concibió con el carisma de Cristo, con el abrazo del hermano, con el fervoroso lenguaje de la paz y de la fraternidad. Nacieron las reducciones con la presencia física del franciscano, discípulo de Asís que hermano llamaba a la flor, a los animales, a los seres humanos. Nacieron las Reducciones durante su tercera gobernación en el Río de la Plata. Con “a mi voz y por mi mando”, salieron un día los oficiales españoles a campear esta magna empresa plena de humanidad, fijando hitos de civilización. Como Hernandarias lo expresa más adelante, fue su mapa de mojones interpretando los dictados del licenciado don Francisco de Alfaro. No se encomendó, se “redujeron” las tribus errabundas, a pueblos. Se convirtieron en hijos del cielo. Conocieron por medio de doctrineros las enseñanzas sabias y perfectas del Evangelio. Su empecinamiento no conoció tregua alguna. Surgieron en el concierto del orbe la Reducción de Santiago, la de los Quilmes, la de San Antonio de Areco con su cacique Bagual, la de San Juan Bautista con su cacique Tubichaminí, que significa Jefe Chico, en Magdalena, provincia de Buenos Aires, y la de Santo Domingo Soriano, en Paraguay. Reducciones éstas donde se fueron insertando los españoles con los nativos. Fueron libres; pletórico de gozo liberaron a su arbitrio sus existencias. Lejanas estaban de ser comunidades, como las misiones jesuíticas, y ellas hicieron exclamar al viajero don Félix de Azara:
Sólo los pueblos del Baradero, Quilmes, Calchacuy y Santo Domingo Soriano han tenido la fortuna de no conocer el régimen de vida de comunidad, lo que gozando de su antigua libertad han llegado a civilizarse tanto como los españoles. Estos indios han olvidado sus idiomas y sus costumbres, y se han aliado de tal modo a los españoles que viven todos juntos casi sin distinción. Esto no se hallará en alguno de los pueblos que viven en comunidad.
Vivieron y desarrollaron la facultad que le imponía su energía moral. Se instruyeron. Construyeron sus chozas. Se unieron monogámicamente, es decir, con una sola mujer. Obedecieron a sus autoridades indias. El Cabildo de Indios no estuvo ausente. Su presencia infundía respeto y acatamiento. Una sola enviada al Virrey don Pedro Antonio de Cevallos en 21 de enero de 1778, por el oficial don Juan Antonio Delgado, nos informa que de este elemento democrático no estuvo exento Baradero:
Muy Señor mío:
El Cabildo de Indios del pueblo de Baradero tiene echa su elección de Alcalde y de ello ha resultado, a sus votos, el sacar a Pablo Suárez, que me parece acien a la vara; en cuia atención para la confirmación de su ministerio.
Prevengo a V.M. que si remos a la demora de estos, dijo, que no ha sido posible usar de mayor así para la necesidad de sus cosechas, cuanto de alguna falta de salud, y así V.M. puede dispensar.
Dios N.S. guíe su vida ms.
ANTONIO DELGADO
Con un día posterior a la enviada, el Virrey Cevallos lo acepta y confirma:
Buenos Aires, enero 22 de 1778
Apruébase y confírmase la elección de Alcalde, que han celebrado los indios del pueblo de Baradero en pablo Suárez, en cuia consecuencia, que en razón de tal oficio le pertenecen según derecho.
CEVALLOS
Juan de Casamayor

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